viernes, 28 de octubre de 2011

La guerra no le hace a uno mejor

El Sol se erigía como dueño y señor del mundo en aquel cielo despojado de nubes. El abrasador astro destrozaba toda esperanza, y no solo eso, derretía el asfalto. Cualquier lugar del mundo era mejor que ese, y el único trámite para menguar toda la situación era cubrirse  con aquel vehículo y esperar el momento adecuado.

El sonido de las balas arremetiendo contra el ardoroso metal se encontraba en total sinfonía con el tempestuoso viento que resoplaba. “Ha pasado cerca”, pensó. Se asomó por encima del vehículo y los vio. En el informe decía que solo 2, el contó más de 15. Trató de inhalar aire concienzudo que sería la última vez que lo haría, pero fue truncado por unas abundantes gotas de sudor que después de recorrer su frente y su nariz fueron a parar a su boca. Tosió.

Se levantó con tal ímpetu con lo que le posibilitó la oportunidad de ir saltando de coche en coche. Las balas bufaban a su lado. Herida en el muslo, “Ignórala” pensó, y continuó saltando. Aquel sitio desde abajo era un maldito cementerio y desde arriba no mejoraba. Centenares de coches hasta donde alcanzaba la vista, restos sin vida de una sociedad sin alma. Moralmente sabía que no eran mejor que ellos, pero le daba igual. Un mal paso y se precipitó al chamuscado asfalto con tan mala fortuna que recibió un corte con el morro de una ranchera. La sangre brotaba con exagerada fluidez de su brazo izquierdo, la boca se le llenó de tierra y la situación no mejoraba.

Su compañero trató de auxiliarle, trató de disuadirle, era inútil. Habían sido amigos desde el ingreso en la academia, algo de cariño le tenía. Sin embargo no se inmutó cuando su cabeza reventó a causa de un certero disparo a bocajarro. Ahora además, su boca estaba llena de sangre. Levantó la mirada y le vio. Sabía que moralmente no era mejor que él, y él sabía que no era peor que él, pero tenía un arma.

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