El sonido de las balas arremetiendo contra el ardoroso
metal se encontraba en total sinfonía con el tempestuoso viento que resoplaba. “Ha
pasado cerca”, pensó. Se asomó por encima del vehículo y los vio. En el informe
decía que solo 2, el contó más de 15. Trató de inhalar aire concienzudo que
sería la última vez que lo haría, pero fue truncado por unas abundantes gotas
de sudor que después de recorrer su frente y su nariz fueron a parar a su boca.
Tosió.
Se
levantó con tal ímpetu con lo que le posibilitó la oportunidad de ir saltando
de coche en coche. Las balas bufaban a su lado. Herida en el muslo, “Ignórala”
pensó, y continuó saltando. Aquel sitio desde abajo era un maldito cementerio y
desde arriba no mejoraba. Centenares de coches hasta donde alcanzaba la vista,
restos sin vida de una sociedad sin alma. Moralmente sabía que no eran mejor
que ellos, pero le daba igual. Un mal paso y se precipitó al chamuscado asfalto
con tan mala fortuna que recibió un corte con el morro de una ranchera. La
sangre brotaba con exagerada fluidez de su brazo izquierdo, la boca se le llenó
de tierra y la situación no mejoraba.
Su
compañero trató de auxiliarle, trató de disuadirle, era inútil. Habían sido
amigos desde el ingreso en la academia, algo de cariño le tenía. Sin embargo no
se inmutó cuando su cabeza reventó a causa de un certero disparo a bocajarro.
Ahora además, su boca estaba llena de sangre. Levantó la mirada y le vio. Sabía
que moralmente no era mejor que él, y él sabía que no era peor que él, pero
tenía un arma.
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